Introducción


Petróleo, Ambiente y Sociedad:
Desafió Energético Contemporáneo.




Tres tendencias en la energía que están cambiando tu vida
La crisis energética global se agrava

Michael T. Klare
TomDispatch

Algunas buenas noticias sobre la energía: gracias al aumento de los precios del petróleo y al deterioro de las condiciones económicas d todo el mundo, la Agencia Internacional de Energía (AIE) informa de que la demanda global de petróleo no aumentará este año tanto como se había estimado, lo que podrá asegurar un cierto alivio temporal de los precios en el surtidor de gasolina. En su Informe sobre el Mercado del Petróleo de mayo, la AIE redujo su cálculo para 2011 del consumo global de petróleo en 190.000 barriles por día, ubicándolo en 89,2 millones de barriles. Como resultado, los precios al por menor podrían no llegar a los niveles estratosféricos predichos para este año, aunque sin duda seguirán siendo más elevados que enunca desde los meses pico de 2008, justo antes de la catástrofe económica global. Recordad que estamos hablando de las buenas noticias.
En cuanto a las malas noticias: el mundo enfrenta un surtido de problemas energéticos difíciles que, en todo caso, han empeorado en las últimas semanas. Estos problemas se están multiplicando a ambos lados de la división geológica clave de la energía: bajo la superficie, reservas otrora abundantes de petróleo “convencional”, gas natural y carbón, fáciles de conseguir, se están acabando; sobre la superficie, los errores de cálculo humanos y la geopolítica limitan la producción y la disponibilidad de suministros específicos de energía. Ya que los problemas aumentan en ambos terrenos, nuestras perspectivas energéticas se están reduciendo.
Existe un simple hecho sin el cual el agravamiento de nuestra crisis energética no tiene sentido: la economía mundial está estructurada de manera que no es una opción que nos quedemos donde estamos en la producción de energía. Con el fin de satisfacer las asombrosas necesidades de potencias industriales más antiguas como EE.UU., junto con la voraz sed de potencias ascendientes como China, la energía global tiene que aumentar sustancialmente cada año. Según las proyecciones del Departamento de Energía de EE.UU. (DoE), la producción mundial de energía, basada en los niveles de 2007, debe aumentar un 29% a 640 cuatrillones (1024) de unidades térmicas británicas hasta 2025 para satisfacer la demanda prevista. Incluso si el uso crece algo más lentamente de lo proyectado, cualquier problema en la satisfacción de los requerimientos del mundo produce una percepción de escasez, lo que también significa un aumento de los precios del combustible. Son precisamente las condiciones que vemos actualmente y que debemos esperar en el futuro indefinidamente.
Ante este trasfondo, tres tendencias cruciales de 2011 cambian la manera en la que probablemente viviremos en este planeta durante el futuro previsible.

Los rebeldes y el “petróleo difícil”
El primer choque energético del año, y todavía el más trascendental, fue la serie de eventos precipitados por las rebeliones tunecina y egipcia y la consiguiente “Primavera Árabe” en el amplio Medio Oriente. Ni Túnez ni Egipto eran grandes productores de petróleo, pero las ondas de choque políticas que desataron esas insurrecciones se han extendido a otros países en la región que sí lo son, incluyendo a Libia, Omán y Arabia Saudí. Por ahora, los regímenes de Arabia Saudí y Omán parecen controlar estrictamente las protestas, pero la producción libia, que normalmente promedia unos 1,7 millones de barriles por día, ha caído casi a cero.
Cuando se trata de la futura disponibilidad de petróleo, no se puede exagerar la importancia de los eventos de esta primavera en Medio Oriente, que siguen estremeciendo intensamente los mercados de la energía. Según todas las proyecciones de la producción global de petróleo, se estima que Arabia Saudí y los demás Estados del Golfo están destinados a abastecer una parte cada vez mayor del suministro total de petróleo del mundo ya que la producción en otras regiones clave disminuye. El logro de este aumento de la producción es esencial, pero no sucederá a menos que los gobernantes de esos países inviertan sumas colosales en el desarrollo de nuevas reservas de petróleo, especialmente la variedad pesada, de “petróleo difícil” que requiere una infraestructura mucho más costosa que los depósitos existentes de “petróleo fácil”.
En un artículo de primera plana titulado “Enfrentando el fin del ‘Petróleo Fácil” el Wall Street Journal señaló que cualquier esperanza de satisfacer los futuros requerimientos de petróleo del mundo depende de la disposición de los saudíes a invertir cientos de miles de millones de dólares en sus restantes depósitos de petróleo pesado. Pero ahora mismo, enfrentados a una población que aumenta rápidamente y a las perspectivas de una revuelta juvenil al estilo egipcio, la dirigencia saudí parece tener la intención de utilizar su impresionante riqueza en programas de obras públicas generadoras de empleo y en vastos surtidos de armamentos, no en nuevas instalaciones de petróleo difícil; lo mismo vale en gran parte para los otros Estados petroleros monárquicos del Golfo Pérsico.
No se sabe si tales esfuerzos serán efectivos. El que una población juvenil saudí enfrentada a promesas de puestos de trabajo y dinero, así como a la feroz represión de la disidencia, haya parecido menos antagónica que sus equivalentes tunecinos, egipcios y sirios, no significa que el statu quo permanezca eternamente. “Arabia Saudí es una bomba de tiempo”, comentó Jaafar Al Taie, director ejecutivo de Manaar Energy Consulting (que asesora a firmas petroleras extranjeras que operan en la región). “No creo que lo que hace el Rey baste para impedir un levantamiento”, agregó, a pesar de que los gobernantes saudíes acababan de anunciar un plan de 36.000 millones de dólares para aumentar el salario mínimo, mejorar las prestaciones de desempleo y construir viviendas asequibles.
Actualmente, el mundo se puede adaptar a una pérdida prolongada de petróleo libio. Arabia Saudí y otros pocos productores poseen suficiente exceso de capacidad para compensar la diferencia. Sin embargo, si Arabia Saudí llegara a estallar, puede pasar cualquier cosa. “Si algo pasa en Arabia Saudí [el petróleo] llegará a costar entre 200 y 300 dólares [por barril], dijo Jeque Zaki Yamani, ex ministro del petróleo del reino el 5 de abril. “No lo espero por el momento, pero ¿quién hubiera esperado Túnez?” 

La energía nuclear cae por la pendiente
En términos de mercados de la energía, el segundo evento más importante en 2011 ocurrió el 11 de marzo cuando un terremoto inesperadamente fuerte y un tsunami afectaron a Japón. Para comenzar, el doble ataque dañó o destruyó una importante proporción de la infraestructura energética del norte de Japón, incluyendo refinerías, instalaciones portuarias, oleo y gasoductos, centrales eléctricas y líneas de transmisión. Además, por cierto, devastó cuatro plantas nucleares en Fukushima, lo que llevó, según el Departamento de Energía de EE.UU., a la pérdida permanente de 6.800 megavatios de capacidad de generación de energía.
Esto, por su parte, ha obligado a Japón a aumentar sus importaciones de petróleo, carbón, y gas natural, aumentando la presión sobre los suministros globales. Los analistas de la industria calculan que debido a la desconexión de Fukushima y otras centrales nucleares, las importaciones de petróleo japonesas podrían aumentar hasta en 238.000 barriles por día, y las importaciones de gas natural en 1.200 millones de pies cúbicos por día (sobre todo en la forma de gas natural licuado o GNL).
Es un importante efecto a corto plazo del tsunami. ¿Y los efectos a largo plazo? El gobierno japonés afirma que está descartando los planes para construir hasta 14 nuevos reactores nucleares durante las próximas dos décadas. El 10 de mayo, el primer ministro Naoto Kan anunció que el gobierno tendrá que “partir de cero” en la concepción de una nueva política energética para el país. Aunque habla de reemplazar los reactores anulados por sistemas de energía renovable como la eólica y solar, la triste realidad es que una parte significativa de cualquier expansión energética futura vendrá inevitablemente de más petróleo, carbón y GNL.
El desastre en Fukushima –y las consiguientes revelaciones de defectos de diseños y fallas en el mantenimiento de las plantas– ha tenido un efecto dominó, llevando a funcionarios de la energía en otros países a anular planes para construir nuevas plantas nucleares o extender la vida de las existentes. El primer país que lo hizo fue Alemania: el 14 de marzo, la canciller Angela Merkel cerró dos de las plantas más antiguas y suspendió los planes de alargar la vida de otras 15. El 30 de mayo, su gobierno decidió que la suspensión es permanente. Después de masivas manifestaciones antinucleares y un revés electoral, prometió cerrar todas las plantas nucleares existentes antes de 2022 lo que, piensan los expertos, llevará a un aumento en el uso de combustibles fósiles.
China también actuó rápido, al anunciar el 16 de marzo que dejará de otorgar permisos para la construcción de nuevos reactores mientras se realiza una revisión de los procedimientos de seguridad, aunque no excluyó por completo esas inversiones. Otros países, incluidos India y EE.UU., también iniciaron revisiones de los procedimientos de seguridad de los reactores, lo que pone en peligro ambiciosos planes nucleares. Luego, el 25 de mayo, el gobierno suizo anunció que abandonará sus planes de construir tres nuevas plantas de energía nuclear, eliminará la energía nuclear, y cerrará la última de sus plantas en 2034, sumándose a la lista de países que parecen haber abandonado para siempre la energía nuclear. 



La sequía estrangula la energía
El tercer acontecimiento importante para la energía en 2011, aunque conectado de forma menos evidente a la energía que los otros dos, ha sido una serie de persistentes sequías, a menudo de un impacto récord, que afectan a muchas áreas del planeta. Generalmente, el efecto más inmediato y dramático de una sequía prolongada es una reducción de la producción de grano, llevando a los alimentos a precios cada vez más elevados y a una mayor agitación social.
Las intensas sequías del año pasado en Australia, China, Rusia, y en parte de Medio Oriente, Suramérica, EE.UU., y hace poco en Europa septentrional, han contribuido al actual precio récord de los alimentos. Y esto, por su parte, ha sido un factor clave en el descontento político que ahora se extiende por el Norte de África, África Oriental, y Medio Oriente. Pero la sequía también tiene efecto sobre la energía. Puede reducir el flujo de importantes sistemas fluviales, llevando a una disminución en la producción de las plantas de energía hidroeléctrica, como sucede actualmente en varias regiones afectadas por la sequía.
De lejos, la mayor amenaza para la generación de electricidad está en China, que sufre una de las peores sequías de todos los tiempos. Los niveles de precipitación pluviométrica de enero a abril en la cuenca del Yangtsé, el río más largo y de mayor importancia económica de China, han sido un 40% más bajo que el promedio de los últimos 50 años según China Daily. Esto ha llevado a una importante disminución en la energía hidroeléctrica y auna grave escasez de electricidad en gran parte de China central.
Los chinos están quemando carbón para generar electricidad, pero las minas del interior ya no satisfacen las necesidades del país y por lo tanto China se ha convertido en un gran importador de carbón. El aumento de la demanda junto a un suministro inadecuado ha llevado a un aumento vertiginoso de los precios del carbón, y al no haber un incremento comparable en los precios de la electricidad (fijados por el gobierno), numerosos servicios públicos chinos están racionando la energía en lugar de comprar más carbón caro y operar con pérdidas. Como reacción, las industrias están aumentando su dependencia de generadores de reserva que usan diesel, lo que por su parte aumenta la demanda de petróleo importado a China, incrementando aún más la presión sobre los precios globales de combustible. 

Destruyen el planeta
Y ahora llega junio con la continuación de las turbulencias en Medio Oriente, una perspectiva sombría para la energía nuclear y una grave escasez de energía en China (y posiblemente en otras partes). ¿Qué más vemos en el horizonte energético global?
A pesar del pronóstico de la AIE de una futura disminución del consumo de petróleo, la demanda global de energía sigue superando los aumentos en suministro. Todo parece indicar que este desequilibrio seguirá existiendo.
Consideremos el petróleo. Un número creciente de analistas de la energía está ahora de acuerdo en que la era del “petróleo fácil” ha terminado y que el mundo debe depender cada vez más del “petróleo difícil”, arduo de conseguir. Muchos suponen, además, que el planeta contiene una gran cantidad, a gran profundidad bajo tierra, lejos mar adentro, en problemáticas formaciones geológicas como las arenas bituminosas de Canadá y en el Ártico en deshielo. Sin embargo, la extracción y el procesamiento del petróleo difícil serán aún más costosos e implicarán riesgos considerables para los seres humanos, pero aún más para el medio ambiente. Recordad: El desastre del Deepwater Horizon de BP de abril de 2010 en el Golfo de México.
La sed de petróleo del mundo es tal que se extraerá a pesar de todo cada vez más petróleo, aunque no, probablemente, a un ritmo y a una escala necesaria para reemplazar la desaparición del petróleo fácil de ayer y hoy. Junto con la continua inestabilidad en Medio Oriente, este difícil paisaje petrolero parece apoyar expectativas de que el precio del petróleo no hará más que aumentar en los próximos años. En un sondeo de ejecutivos de compañías energéticas globales realizado en abril de este año por KPMG Global Energy Institute, un 64% de los encuestados predijo que los precios del petróleo crudo irán más allá de la barrera de los 120 dólares por barril; un 9%, entre 141 y 150 dólares por barril; y un 6%, sobre la marca de los 150 dólares.
El precio del carbón también ha aumentado considerablemente en los últimos meses, gracias al aumento de la demanda mundial debida a la contracción de los suministros de energía de las plantas nucleares e hidroeléctricas. Muchos países han lanzado esfuerzos significativos por impulsar el desarrollo de energía renovable, pero no avanzan con la rapidez necesaria o no tienen un nivel suficientemente grande como para reemplazar rápidamente antiguas tecnologías. El único punto positivo, dicen los expertos, es la creciente extracción de gas natural de esquistos bituminosos en EE.UU. mediante el uso de fracturación hidráulica. 



Los partidarios del gas de esquisto afirman que puede suministrar una gran parte de las necesidades de energía de EE.UU. en los próximos años, mientras reduce realmente el daño al medioambiente en comparación con el carbón y el petróleo (ya que el gas emite menos dióxido de carbono por unidad de energía liberada); sin embargo, un coro creciente de oponentes advierte de la amenaza a los suministros de agua municipales planteado por el uso de productos químicos tóxicos en el proceso de fracturación. Esas advertencias han resultado suficientemente convincentes como para llevar a los legisladores en un número creciente de Estados a comenzar a colocar restricciones a la práctica, poniendo en duda la futura contribución del gas de esquisto al suministro de energía de la nación. También, el 12 de mayo, la Asamblea Nacional de Francia (la poderosa cámara baja del parlamento) votó por 287 contra 146 a favor de prohibir la hidrofracturación en Francia, convirtiéndose en la primera nación en hacerlo.
Los problemas ecológicos del gas de esquisto son a duras penas excepcionales. El hecho es que todas las estrategias consideradas actualmente para extender la duración de petróleo, carbón y gas natural involucran severos riesgos y costes económicos y medioambientales, como, claro está, lo hace el uso mismo de combustibles fósiles de cualquier tipo en un momento en el que las primeras cifras de la AIE respecto a 2010 indican que fue un año récord inesperado para la humanidad en cuanto a la cantidad de gases invernadero lanzados a la atmósfera.
En vista de que los inmensos campos petroleros fácilmente accesibles de Texas, Venezuela y Medio Oriente han sido consumidos o pronto estarán significativamente agotados, el futuro del petróleo depende de material de tercera clase como arenas bituminosas, petróleo de esquisto y crudo extra-pesado que requiere mucha energía para ser extraído, procesos que emiten más gases invernadero y que como en el caso de las arenas bituminosas causan estragos en el medioambiente.
El gas de esquisto es típico. Aunque existe en grandes cantidades, solo se puede extraer de formaciones subterráneas de esquisto mediante el uso de explosivos y de agua a alta presión mezclada con productos químicos tóxicos. Además, para obtener las cantidades necesarias de petróleo de esquisto hay que escavar muchas decenas de miles de pozos en todo el paisaje estadounidense y cada uno de ellos puede ser un desastre ecológico.
De la misma manera, el futuro del carbón dependerá de técnicas cada vez más invasivas y peligrosas, como la eliminación con explosivos de cimas de montañas y la dispersión del exceso de roca y de desechos tóxicos en los valles subyacentes. Cualquier aumento en el uso del carbón también acelerará el cambio climático, ya que el carbón emite más dióxido de carbono que el petróleo y el gas natural.
Y el resultado neto es: cualquier esperanza de que los suministros en crecimiento permanente de energía corresponderán a la demanda en los próximos años será defraudada. En vez de ello las escaseces recurrentes, aumentos de precios y un creciente descontento acompañarán probablemente el futuro energético del mundo.
Si no abandonamos la creencia en que el crecimiento ilimitado es nuestro derecho inalienable y apoyamos la auténtica promesa de la energía renovable (con el esfuerzo y la inversión necesarios que aseguren que un compromiso semejante tenga sentido), es probable que el futuro sea sombrío. Entonces, la historia de la energía, como la enseñarán en alguna universidad a fines del Siglo XXI, llevará la etiqueta de: “Cómo destruir el planeta 101”.
Michael T. Klare es profesor de estudios de Paz y Seguridad Mundial en el Hampshire College. Su último libro es Rising Powers, Shrinking Planet: The New Geopolitics of Energy (Metropolitan Books).